Manual de Supervivencia[1], por Albert Balada[2]
Abstract
This article tries to put on paper the key place in the essay published in the first half of 2010, with the same title that tries to establish a number of criteria that allow us to understand the relevant aspects of "crisis" from political outlook, economic and social, specific areas that affect the ordinary citizen, a crisis that in fact born in the last third of the twentieth century has been drawn into the first decade of XXI century, where the crash of 2008 has shaken the foundations “New Deal” society’s, proposing a variety of survival items for the "modern" political class. The keywords would be: Ethics, Citizenship, Society, State, Social Classes, Democracy, and Liberty.
La realidad y las emociones
Las emociones, los sentimientos, se nos configuran como valores inalienables, ineludibles de lo que podemos considerar como la “res politicaæ”, substancialmente asimilable a aquel prejuicio que se establece como hipótesis sustantiva en las determinaciones teóricas.
Habrá quien entienda como elemento imprescindible de la praxis política i social los recursos derivados de la gestión, entendida en un sentido amplio y complejo, sin lugar a dudas desde una perspectiva administrativista y aunque ello en sí mismo sea un planteamiento correcto, puede resultar incorrecto si no abordamos esa misma gestión con esos elementos previos como valores consustanciales y anteriores y a la vez finales, aunque de ello pueda derivarse una comprensión “bonista”, son en definitiva valores que nos plantean un hecho, la necesidad social que deriva en realidad social y todas sus variables dependientes o no dependientes.
La vida, generalmente entendida como un hecho existencial, por obvio, se plantea a partir de la concepción y los planteamientos del “New Deal”[3], es decir, sobre una dinámica, a veces perversa, de éxitos o de voluntades ancladas en las necesidades de ejecutar unos deseos íntimos, también de fracasos, siendo que su evolución nos lleva a contemplar esa misma vida como envuelta en ese recurso posibilista que nos habría de llevar, supuestamente, a la superación de los miedos, en ocasiones atávicos; un recurso que habría permitir poder aproximarnos a nuestros objetivos, a nuestros propios, personales y la mejor de las veces, intransferibles objetivos, lo que algunos llaman la técnica de la recolección de estrellas[4]: la realidad del cumplimiento de los deseos.
¿Por qué puede parecernos fútil debatir sobre grandes temas que trascienden un escenario cualquiera? Temas como la libertad, los deberes, los derechos, la corrupción, la igualdad, las políticas, la política, el amor, la religión, el significado de la vida, la historia, los límites de la ética, el multiculturalismo o el pluralismo, el pluralismo político, los deseos, las expectativas, los límites de la mal llamada globalización, y un largo grupo de etcéteras Hablar, comentar, investigar, establecer debates a la antigua usanza y evitar, muy probablemente, repetir los errores del pasado; se trata, a todas luces de un debate, de una dialéctica, en clave horizontal, alejado de la retórica al uso en vertical.
La ética de la responsabilidad y de los sentimientos
Nos recuerda el maestro Sartori[5] como en el mundo político existen dos perspectivas éticas: una ética de la intención y una ética de la responsabilidad, lo que él viene a denominar la ética de la convicción, de los principios, en un primer estadio y la ética de las consecuencias en un segundo estadio; en este planteamiento teórico podemos descubrir algunas de las propuestas weberianas en contraposición con las teorías teológicas que asimilan la ética de la intención a los principios religiosos, en definitiva la asimilación de la ética de la fe.
Es en este sentido en el que la terminología que nos presenta Giovanni Sartori nos lleva a la concordancia con lo que Weber viene establecer a partir de conceptos tales como Gessinung (sentimiento), Verantwortung (responsabilidad) o Gesinnungsethik (conmoción), en realidad todo aquello que nos lleva a un concepto sobre el que el sociólogo alemán denominó Zweckrationalitat: la racionalidad del fin, aquello que en opinión del politólogo italiano ha de mostrarnos el valor y la querencia del bien, la ética de las buenas intenciones, aquella taxonomía aceptada del hecho político sustentada en el principio de la libertad que llega hasta donde empieza la libertad del otro y como él mismo afirma, hasta “rehusar la responsabilidad del efecto de nuestras propias acciones como un resultado verdaderamente fácil...”.
Proposición de Innovamentismo
Es por ello que el propio Sartori, inventa o nos propone el concepto del innovamentismo metodológico[6], proponiéndonos de hecho no inventar nada, porque, en su propia humildad, afirmaba ser uno de esos autores anticuados que consideran como primera obligación la de transmitir correctamente el pensamiento y el pensamiento como algo más que un concepto, el pensamiento como el saber en si mismo, aunque a veces pueda parecernos un oximorón si entendemos como tal el análisis y el establecimiento de teoremas científicos en torno de la sociología política y de la ciencia política, teorización que acaban distando en la mayoría de las ocasiones, no poco, de las realidades mismas que las propias teorizaciones nos habrían de proponer.
La principal preocupación, pues, incluso para aquellos que nos proponemos inintencionadamente intentar conjugar más de dos mil años de reflexión sobre la cuestión de la democracia, evidentemente a través de un método riguroso y adecuado, no es si no apuntar la necesidad de transmitir adecuadamente el pensamiento filosófico y político, evitando aquel innovamentismo e intentando encontrar una larga tradición sustentada, no lo olvidemos, en los elementos esenciales y característicos de lo que ahora conocemos como el ideal liberal democrático; en este contexto, distinto sustancialmente al que se observa plasmado en la vida pública y en aquellos que nos proponen renovar e innovar en lo ideológico como el precepto democrático sustentado en lo esencial en los valores de la libertad y de la igualdad, es en el que habría de sernos definido el sistema en el que vivimos o en el que pretendemos vivir y exportar al mismo tiempo como un ideal básico y primigenio de la configuración social y política, más allá, probablemente, del pretérito social y al igual como lo hallamos defendido por otro politólogo, Norberto Bobbio[7], teórico de la democracia como del binomio Libertad / igualdad.
La supervivencia como Leit Motiv[8]
La supervivencia, esa es la palabra, ese es el factor intrínsecamente ligado a la esencia humana, como lo está de igual modo, también, a la esencia del resto de los seres con los que convivimos en nuestro planeta, es, por tanto el verdadero motor de todo cambio en cualquier proceso evolutivo y también lo es en procesos sociales como el que parece que estamos inaugurando; supervivencia, entendida como una actitud o una acciones sociales que nos enseñan a sobrevivir en situaciones extremas o ante cualquier necesidad especial, como nos explican los manuales de supervivencia al uso, relativos a un conjunto de técnicas, métodos y estrategias de actividad física y psíquica, pero también sociales y políticos, políticos y sociales, que proporcionan unos conocimientos básicos para combatir las situaciones de riesgo, que en general podíamos atribuir a nuestro contacto con la sociedad misma y todo un nuevo contexto derivado del escenario que podemos observar, y/o sufrir; significa en definitiva la posibilidad de abrir nuestra mente, por tanto, hacia un nuevo paisaje, externalizar nuestra percepción social, y a la vez limitar la agresión que puede suponer el contacto con situaciones que pueden llegar a ser situaciones extremas.
Del Estado y de la sociedad
En la configuración del moderno concepto de administración como servicio público, pero a la vez partiendo del modelo de gestión empresarial y de negocios que se va imponiendo y exige una determinada cualidad a la vez que un principio finalista y de costes, cabe que nos preguntemos si es verdaderamente democrática una administración que se gestiona a partir del concepto de clientes y de rentabilidad del servicio, en lugar de conceder al ciudadano ese estatus que le corresponde en tanto que titular de los medios que están puestos a su servicio a través de los servidores públicos que, no lo olvidemos, deberían prestar pleitesía por cuanto el ciudadano no es en realidad un mero cliente que demanda una prestación de un servicio, sino aquel accionista que comparte su titularidad accionarial con otros tantos accionistas que, de hecho, no son más que todos y cada uno de sus conciudadanos.
Los avances tecnológicos resultan imprescindibles para la evolución humana desde la perspectiva más sencilla que podamos comprender, pero la incidencia que ello tiene sobre los ejércitos laborales, sobre aquellos accionistas-ciudadanos, implica una serie de relatos, de resultados nefastos, que explican como estos ciudadanos han de soportar las consecuencias indeseables de la tecnificación de las producciones o de la desregulación productiva, por otra parte, cuando la gestión del conocimiento como base de una sociedad del conocimiento no tiene como objetivo esas indeseables consecuencias.
Esta paradójica situación a la que se enfrentan los accionistas del mundo, el avance incidiendo negativamente en la masa social a la que teóricamente los avances habrían de servir, no es nuevo en la conducta evolutiva huma; los principios de las revoluciones industriales precedentes tampoco se sustentaron sobre ningún valor socializador, a lo sumo el único los propios avances en si mismos, pero la incidencia negativa en los anteriores modelos productivos fue evidente y nos remite por tanto a la necesidad de calibrar el valor humano como variable dependiente y condicionante de todo avance que habría de ser, pues, lo único transcendente, más allá de lo que tradicionalmente se ha considerado como variable del factor trabajo.
De la sociedad y de la ciudadanía
El ciudadano es, por tanto, aquel actor social dotado del poder intrínseco que le otorga el principio de soberanía sobre el que pivota toda la estructura del Estado, aunque todo y todos, en particular la political class, nos hayan hecho creer que aquella delegación de soberanía para la representación, pudiera hacerle al ciudadano menos titular de aquella, como si realmente existiera una pleitesía debida del ciudadano para con toda la estructura de poder, que parece olvidar que es éste, el ciudadano, y no otro, su titular, que la delegación, aunque sin su mandato imperativo que seria óptimo, es aquella que solo hace que centremos en unos pocos representantes lo que en realidad pertenece a la esfera ciudadana.
Es cierto, todo parece olvidar, como si aquella simple persona, sin otro talento que su propia existencia, no hubiera de ser la que el protocolo de cualquier acto se situara en lugar preferente. Este símil que podría parecernos absurdo, pone en cuestión, de hecho el rango institucional de que se dotan los representantes, pues no existe mayor grado, no existe mayor nivel de representación que el del ciudadano en su individualidad, aquella que se suma a la de su conjunto y establece el cuerpo social en si mismo. El ciudadano, el individuo, aquel que goza de la prerrogativa de la vida y en esa vida establece su “ser” social, este es el que detenta el poder, el titular de la soberanía permanentemente.
La discusión sobre los cuerpos intermedios en lo social, es antigua y la historia nos los describe muy bien; nos hablaron de ellos Montesquieu, nos hablo de ellos Gierke, nos hablaron también Hobbes i Kant, sin embargo y a pesar de ello, el hombre, el ser humano en su individualidad, continúa careciendo de transcendencia en general
De la ciudadanía y del cambio social
Es en las situaciones de cambio social, aquel momento en la historia de las colectividades humanas en el que modelo de toma de decisiones puede ser puesto en cuestión; es entonces cuando deberemos tomar en consideración el poder de la libertad individual, como no podría ser de otra manera, frente a la gestión del poder, el poder del “pater familias”, es decir, el de aquel padre o el de aquella madre que tiene problemas y que uno de esos problemas puede ser algo tan sustancial como la imposibilidad para alimentar a su prole: nos encontramos de nuevo con la gestión de la supervivencia, entonces, ¿Quien puede poner en cuestión la libertad del individuo social para obtener ese sustento?
La libertad que distingue el valor humano propio al de otros seres sociales con los que compartimos planeta no puede, bajo ningún concepto, ser puesto en cuestión, salvo que pasemos a entender que pudiéramos poner en tela de juicio el modelo liberal democrático, salvo que pudiéramos entender que ponemos en tela de juicio el concepto mismo de democracia, el concepto mismo de libertad, y por tanto la esencia misma de la propia existencia humana, el propio derecho a existir, ligado a la libertad de ser.
El concepto capitalista del mundo, que puede parecer un concepto neutro, no lo es, responde a una determinada filosofía del pensamiento, una corriente en sí misma que ha ido desarrollándose a lo largo de los siglos y “per se” no podría haber llegado al colapso, solo el cúmulo de errores intencionados, la visión egoísta de las cosas nos ha llevado al momento actual, en el que solo un liderazgo fuerte puede sacarnos del abismo; se trata de repetir de nuevo la historia, sin cometer las atrocidades que se cometieron hará más o menos unos 70 años, ¿Pero quien le explica esto a quien puede que este ya sufriendo en sus propias carnes la desidia de los gobernantes que no vieron o si lo entrevieron miraron hacia otra parte? ¿Alguien podría pensar que no es hora de responsabilidades? y sí la es, es cierto que se exige un determinado patriotismo para compartir el momento, pero ¿Cómo se le explica esto a quien ha perdido su trabajo, su economía está en precario y no tiene visos de solución a corto ni medio plazo?
De la nueva sociedad y de la nueva ética
Estamos hablando de un nuevo contexto social, de un nuevo formato que nos lleva consecuentemente a una nueva y distinta sociedad a la que conocemos hoy en día, pero a la que solo podremos llegar a partir de la aportación que cada uno de nosotros hagamos, en el sentido de converger en ese concepto de mínimos exigibles para la supervivencia.
Si tomamos consciencia de nuestra propia individualidad, de nuestro propio ser social, entonces habremos comprendido que la soledad es un bien al que rodeamos con determinados bienes intangibles, pero que somos nosotros y únicamente nosotros los que debemos construir este nuevo esquema, adaptando nuestra vida a nuestras propias posibilidades, las reales, al margen de las que pudieran haber sido construidas por alguien distinto a nosotros, a conveniencia de un entorno al que podríamos haber pertenecido pero que no nos pertenecía.
Si tomamos consciencia, pues, de todo ello, sabremos que nosotros debemos coronar nuestras propias pirámides, somos nuestro centro y nuestra cúspide, el ciudadano, es quien debe coronarlo todo y mientras no tomemos consciencia de ellos nos veremos sometidos a los vaivenes de la satrapía[9] . Decía el poeta francés Guy de Maupassant[10] que “nuestro gran tormento en la existencia viene del hecho que nos encontremos eternamente solos, y como todos nuestros esfuerzos, todos nuestros actos no tienden más que hacernos huir de esa soledad” ; esta definición poética nos permite construir pues esa percepción con la que podemos encontrarnos, incluso cuando las cosas nos van bien, imaginando esa soledad del individuo que no ve más que muros de hormigón y acero a su alrededor; con toda probabilidad, la individualidad en este sentido nada tiene que ver con el concepto libertad y ciudadanía del que ya hemos hablado, nos adentramos en el mundo de la percepción individual del entorno en el que desarrollamos nuestra conciencia colectiva y social.
Hemos descubierto que hemos estado sometidos a engaño, un engaño más o menos perceptible, sobre el que pesa como una losa el concepto de poder, el concepto de dominación, el concepto de privilegio, el concepto de recompensa, e incluso el concepto mismo de democracia; cambiamos aspectos antiguos por conceptos modernos que hacen todo un poco más compresible, pero el dominio de unas clases sobre otras continua siendo evidente.
¿Acaso no consiste y se basa todo en el factor trabajo como aspecto que nos ha de dar la felicidad? Sin embargo, la felicidad podría alcanzarse sin trabajar, ¿no creen? Pero nuestra concepción de las cosas que proviene de nuestras raíces judeo – cristianas en occidente nos lleva a entender este principio como un elemento divinizante y por ello sometido a la realidad más evidente e indiscutible.
Ralph Dahrendorf[11], ex director de la London School of Economics and Political Science (LSE), ya nos advirtió de una “cierta deconstrucción de la democracia” en igual modo a como se traducía en un modelo de toma de decisiones que podría ser cualificado como de un cierto autoritarismo político, lo que unido al crecimiento económico se satisfacía adecuadamente en la apatía ciudadana.
No existe una receta mágica que nos pueda sacar de la crisis global, porqué el ciclo económico tarde o temprano si se dan los mismos requisitos puede volver a repetir ese mismo crash; toda pretensión que vaya de la mano de configurar una suerte de catecismo de cabecera nos alejaría de las dosis de pragmatismo necesarias e imprescindible para afrontar no ya el propio duelo por el sistema yacente que podría ser una recreación simbólica del momento, como del instante en la coyuntura evolutiva del yo social, donde de nuevo resuenen en nuestro conocimiento las palabras de los hombres sabios: “La conciencia es la verdadera esencia del hombre…, no hay tiempo libre en la libertad”[12]…
[1] Balada, Albert. Manual de Supervivencia. Ed. Bubok. Madrid. 2010
[2] Albert Balada i Abella, autor y titular de los derechos de propiedad de este libro, es Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y Diplomado en Estudios Avanzados en Historia del Pensamiento, las Ideas y los movimientos sociales y políticos, experto en Liberalismo y Democracia
[3] Milikis, Sidney M. y Mileur, Jerôme M. The New Deal and the triumph of the liberalism. University of Massachusetts press. 2002.
[4] Berckhan, Barbara. Deseos. RBA Edipresse S.L. Barcelona. 2008
[5] Sartori, Giovanni. La sociedad multiétnica. Taurus. Madrid. 2003. Pág. 197
[6] Sartori, Giovanni. Por una teoría política realista, en Cansino, Cesar. La Ciencia política de final de siglo. Huerga y Fierro editores. Madrid. 1999. Pag. 181-184
[7] Squella, Agustín. Norberto Bobbio: Un Hombre Fiero y Justo. Ed. Fondo de Cultura Económica, Santiago. 2005.
[8] leitmotiv m. mús. Palabra alemana que significa motivo conductor. Designa un tema usado para caracterizar a un personaje, describir un ambiente, etc. Frase, motivo central que se repite en una obra o en general en un escrito, en un discurso, etc. Diccionario Enciclopédica Vox 1. © 2009 Larousse Editorial, S.L.
[9] Sátrapa. (Del lat. satrăpa, este del gr. σατράπης, y este del avéstico ẖšathrapāvan, protector del dominio). 2. m. coloq. Hombre sagaz, que sabe gobernarse con astucia e inteligencia, o que gobierna despóticamente. U. t. c. adj.
[10] De Maupassant, Guy. The Complete Short Stories of Guy de Maupassant. W. J. Black, 1903
[11] Dahrendorf, Ralph. El recomienzo de la historia. Madrid, Katz Barpal Editores, 2007
[12] Clemens, Alan, Instinto de Libertad. Editorial Humanitats, S.L. Barcelona. 2008